1. El símbolo y la analogía
2. El cuerpo, símbolo de
símbolos
3. La ampliación intencional
del cuerpo
4. El hogar: tener dando
5. Crianza y gestión
6. Carácter performativo de
la crianza
7. El árbol de las tareas
8. Dialéctica entre crianza
y gestión
9. Figura materna, ejecución
comunitaria
Introducción
El
«mundo de los símbolos en relación con el crecimiento en familia», que es contexto
del presente artículo, hace pensar inmediatamente en el hogar, ya que éste es
el símbolo mismo de la familia en crecimiento; es la familia en acción, cultivándose a sí misma, desarrollándose como
cuerpo vivo, uniéndose y celebrándose. Más aún, el hogar es una riquísima trama
de símbolos donde todo lo humano se encuentra incoado. Y si es verdad que el
hombre «habita en la cultura y en lo simbólico», entonces es lógico concebir la
vida entera como una odisea homérica, un incesante retorno al hogar. Se trata
de un tema de estudio poco explorado y sin duda apasionante, pues nos sitúa en
las raíces mismas de la cultura, y resulta aún más oportuno hoy día a la vista
del debate intelectual en que nos encontramos. Como es sabido, atravesamos
actualmente una fase crítica entre dos planteamientos antagónicos del saber
humano. Por un lado pervive la exaltación de la razón científico-técnica,
característica de la modernidad. Y por otro, se alza la crítica feroz de los
pensadores postmodernos a esta razón utilitaria y economicista, por
considerarla engañosa y cómplice del poder —un saber-poder, dirá Foucault—, y además ciega para lo concreto, lo
vital, lo femenino y lo ecológico. En otras palabras, el dato científico, es
decir, el signo unívoco propio de las ciencias empíricas, se ha revelado
insuficiente para la comprensión del hombre, e incluso fácilmente manipulable
por las oscuras fuerzas del Gran Hermano. Es una sospecha que, por desgracia,
no tiene nada de infundada. El problema surge al pretender suplantar este signo
unívoco con el simulacro hiperreal, el signo vacío, que es el extremo opuesto
al que llega el rechazo postmoderno de la modernidad. Nos encontramos así con
la sociedad espectáculo, la
abigarrada iconosfera de las pantallas y los escaparates, donde las imágenes se
desligan cada vez más de la realidad para constituir un mundo propio,
alternativo, virtual, no siempre conforme con la dignidad del hombre . Entre
estos dos extremos, por una parte el signo
unívoco, que se agota en su significante, y por otra el simulacro
esteticista, que lo niega y lo falsifica, es donde se sitúa el auténtico
símbolo, el que se abre a la realidad en clave de respeto contemplativo, sin
pretender ni dominarla ni suplantarla. Esta es la via media por la que habría
que avanzar, y la perspectiva con que intentaré abordar la actividad doméstica
en las siguientes líneas.