martes, 23 de febrero de 2016

El hogar, cuerpo de la familia

Artículo publicado en Trasfondos familia y hogar nº 9, CEICID, Pamplona 2006


1. El símbolo y la analogía
2. El cuerpo, símbolo de símbolos
3. La ampliación intencional del cuerpo
4. El hogar: tener dando
5. Crianza y gestión
6. Carácter performativo de la crianza
7. El árbol de las tareas
8. Dialéctica entre crianza y gestión
9. Figura materna, ejecución comunitaria


Introducción


El «mundo de los símbolos en relación con el crecimiento en familia», que es contexto del presente artículo, hace pensar inmediatamente en el hogar, ya que éste es el símbolo mismo de la familia en crecimiento; es la familia en acción, cultivándose a sí misma, desarrollándose como cuerpo vivo, uniéndose y celebrándose. Más aún, el hogar es una riquísima trama de símbolos donde todo lo humano se encuentra incoado. Y si es verdad que el hombre «habita en la cultura y en lo simbólico», entonces es lógico concebir la vida entera como una odisea homérica, un incesante retorno al hogar. Se trata de un tema de estudio poco explorado y sin duda apasionante, pues nos sitúa en las raíces mismas de la cultura, y resulta aún más oportuno hoy día a la vista del debate intelectual en que nos encontramos. Como es sabido, atravesamos actualmente una fase crítica entre dos planteamientos antagónicos del saber humano. Por un lado pervive la exaltación de la razón científico-técnica, característica de la modernidad. Y por otro, se alza la crítica feroz de los pensadores postmodernos a esta razón utilitaria y economicista, por considerarla engañosa y cómplice del poder —un saber-poder, dirá Foucault—, y además ciega para lo concreto, lo vital, lo femenino y lo ecológico. En otras palabras, el dato científico, es decir, el signo unívoco propio de las ciencias empíricas, se ha revelado insuficiente para la comprensión del hombre, e incluso fácilmente manipulable por las oscuras fuerzas del Gran Hermano. Es una sospecha que, por desgracia, no tiene nada de infundada. El problema surge al pretender suplantar este signo unívoco con el simulacro hiperreal, el signo vacío, que es el extremo opuesto al que llega el rechazo postmoderno de la modernidad. Nos encontramos así con la sociedad espectáculo, la abigarrada iconosfera de las pantallas y los escaparates, donde las imágenes se desligan cada vez más de la realidad para constituir un mundo propio, alternativo, virtual, no siempre conforme con la dignidad del hombre . Entre estos dos extremos, por una parte el signo unívoco, que se agota en su significante, y por otra el simulacro esteticista, que lo niega y lo falsifica, es donde se sitúa el auténtico símbolo, el que se abre a la realidad en clave de respeto contemplativo, sin pretender ni dominarla ni suplantarla. Esta es la via media por la que habría que avanzar, y la perspectiva con que intentaré abordar la actividad doméstica en las siguientes líneas.