domingo, 17 de julio de 2011

María Teresa MARTÍN-PALOMO, Domesticar el trabajo



MARTÍN-PALOMO, María Teresa, Domesticar el trabajo: una reflexión a partir de los cuidados, en Cuadernos de relaciones Laborales, Vol. 26, núm. 2, 2008, pp. 13-38, disponible en este link.

La autora es investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Carlos III de Madrid.

Excelente estudio sociológico sobre el trabajo femenino en la actualidad, concretamente sobre las fronteras —problemáticas y difusas— que median entre trabajo doméstico y trabajo remunerado en nuestras sociedades posmodernas.

Con documentación selecta y actualizada, y con indudable amplitud de miras, la autora desbroza un terreno oscurecido por prejuicios e inercias mentales, y privado desde hace siglos de las necesarias herramientas conceptuales para explorarlo.

Su estudio, en efecto, pone de manifiesto cómo la identificación de trabajo con empleo, nacida en los albores de la revolución industrial (p. 16), ha conducido a menospreciar o, sencillamente ignorar, la peculiar aportación de la mujer a la construcción social.

Ofrezco a continuación un resumen del artículo que divido en cinco partes:

I. El concepto de domesticación

II. Los rasgos domésticos extensibles a cualquier trabajo

III. El concepto moderno, o sea, obsoleto, de trabajo

IV. Los cuidados que domestican el trabajo

Al final incluiré un último punto:

V. Opinión personal
 
I. El concepto de domesticación
El estudio se sitúa en la línea de los estudios de género, empeñados desde hace décadas en ampliar el concepto usual de trabajo por estar marcado desde su origen —la revolución industrial— por un sesgo sexista (p. 17). Este viejo concepto configura el trabajo según cuatro dicotomías que, además de injustas para con la mujer, no reflejan la situación laboral del siglo XXI:

trabajo masculino / trabajo femenino

remunerado / no remunerado

productivo / reproductivo

ámbito público / ámbito privado

Frente a ello la autora propone el concepto de domesticación del trabajo, con el que se intenta caracterizar cierto planteamiento global frente a cualquier trabajo, que abarca tanto el remunerado como el no remunerado, el productivo como el reproductivo, y que tiende puentes entre el ámbito público y el privado. La idea surge en el contexto de las reflexiones multidisciplinares acerca del cuidado (ethics of care, cfr post sobre Carol Gilligan), que ha gozado de amplia repercusión en el campo de la sociología.

Domesticar quiere decir, por tanto, reconocer el valor social y económico de ciertos componentes relacionales, emocionales y morales, presentes ante todo en la labor doméstica, pero también en todo trabajo, y hasta ahora menospreciados. Componentes, como es obvio, en los que la mujer desempeña un papel crucial. El trabajo será así tanto más valioso socialmente, o lo que es lo mismo, tanto más auténtico, cuanto más domesticado.

«El abordar los cuidados como trabajo —añade la autora— implica, al menos, tres cuestiones de diferente índole:

a) revisar el concepto que se afianza en el siglo XVIII y que lleva implícito un determinado tipo de división sexual del trabajo, que supone una valoración desigual del mismo según quien lo desarrolle;

b) reconceptualizar el trabajo para adaptarlo a los importantes cambios sociales que se han producido dentro y fuera de los hogares; y

c) recuperar el valor social que tienen los cuidados para la vida, no sólo en términos de tiempo o de dinero sino también a nivel ético» (p. 17)

III. Los rasgos domésticos extensibles a cualquier trabajo

Antes de explicar cómo los cuidados “domestican el trabajo” (p. 34), la autora enumera ciertas características, presentes en el trabajo remunerado actual, que permiten su engarce con el doméstico. Es decir, es posible identificar inequívocos rasgos domésticos —la expresión es nuestra— en el mundo laboral contemporáneo, que propician un cierto diálogo entre los dos ámbitos: un intercambio de ideas, estrategias, prácticas y actitudes.

Estos rasgos son al menos tres:

1) Fragmentación: Los trabajos remunerados son cada vez más elásticos, fragmentados y dispersos, lo que les asimila a la variedad y plasticidad del trabajo doméstico.

2) Flexibilidad en las condiciones laborales, sobre todo en la disponibilidad horaria. Los trabajos de hoy en día participan de la ubicuidad y la polivalencia que aportan las nuevas tecnologías.

3) Doma. Con esta palabra, cercana semánticamente a ‘domesticar’, alude la autora al necesario dominio del afecto para desempeñar con competencia ciertas funciones. Hay tareas, en efecto, que requieren modelar el carácter, no sólo por razones éticas sino estrictamente profesionales. Esta dimensión del trabajo es cada vez más valorada en la actualidad.

En otras palabras, por su propio dinamismo el trabajo remunerado presenta hoy formas domésticas, tiende a “mirarse en el hogar” más que en la empresa o, al menos, en la empresa tal como se concebía en el siglo pasado. A continuación la autora describe con agudeza el contexto en que tienen lugar estos cambios:

«Todos estos procesos están interconectados con cambios importantes en el mercado laboral, donde el trabajo se desagrega, se deslocaliza, se rompen las fronteras entre manual e intelectual-creativo, cambian las formas de gestionar los procesos productivos y la implicación de las personas, por efecto de la desregularización, la flexibilización y la terciarización, así como el impacto de la globalización y de la generalización de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Aunque hasta el momento continúa siendo el eje sobre el que se adscriben derechos, obligaciones y garantías, el trabajo remunerado ha perdido centralidad como lugar de reconocimiento simbólico, eje de ciudadanía y núcleo de los derechos sociales» (p. 20).

IV. Los cuidados que domestican el trabajo

Una vez explicadas las condiciones en que se da la “domesticación”, a saber, la similitud con el hogar inherente a cualquier trabajo y la coyuntura sociocultural que refuerza tal afinidad, la autora expone el contenido específico de los cuidados. ¿Qué hay en el care que transfigura desde dentro cualquier oficio y lo asimila a la labor doméstica? Se señalan básicamente tres contenidos, los cuales pueden darse simultáneamente, más aún, son en realidad tres dimensiones del cuidado real: materiales, afectivos y morales:

1) MATERIALES

Constituyen la parte más “objetiva” de los cuidados, la más visible sociológicamente, y la más traducible a magnitudes económicas. En el hogar estos contenidos son los relacionados con la oferta y consumo de servicios; son las tareas domésticas en cuanto susceptibles de ser ejecutadas por empleados a cambio de una retribución. No obstante, a pesar de su objetividad, los cuidados materiales que de hecho requiere el hogar son muy difíciles de enumerar y precisar por razones que explica muy bien la autora:

«En el ámbito doméstico-familiar, se consuma un determinado tipo de relación entre personas: la disponibilidad permanente de tiempo de las mujeres al servicio de la familia. Esta relación de servicio que caracteriza a los cuidados no se circunscribe al núcleo conyugal o al hogar sino que atraviesa el conjunto de la red familiar. En los cuidados la actividad no se puede acotar fácilmente en horas o en jornadas, las tareas que implica requieren diversos niveles de ejecución, de cualificación y de responsabilidad, versatilidad que difícilmente se encuentra como cualificación profesional en ningún puesto de trabajo remunerado. Muchas actividades domésticas se ejecutan de forma simultánea o secuencialmente con una dedicación constante, constituyen un ‘mundo temporal contingente’, dependiente y sometido las demandas ajenas. Por ello, no ha dejado de estar rodeado de problemas tanto el hacerlo visible como su medición y valoración… De hecho, de esta invisibilidad y discreción depende su éxito en tanto que los cuidados se hacen notar cuando algo falla, cuando faltan o no se cubren adecuadamente. Por ello, se ha señalado que su invisibilidad presenta un déficit crónico de reconocimiento ordinario» (p. 23-24).

2) EMOCIONALES

Estos cuidados (que como digo pueden coincidir externamente con materiales) se refieren a la dimensión emocional de las relaciones personales: calidad humana, preocupación por el otro, admiración, amabilidad, etc. Aquí indudablemente se encuadran —aunque no los menciona la autora— los aspectos estéticos y lúdicos del cuidado; la exigencia de un ambiente festivo donde brille la excelencia humana.

En este punto la autora se remite a diversas obras de la socióloga feminista Arlie R. Hochschild, pionera en lo que ha dado en llamarse sociología de las emociones. Para Hochschild, que lanzó su teoría en 1975, las emociones son una vía de conocimiento imprescindible de cualquier fenómeno social. Habla por ejemplo de trabajo emocional para referirse al manejo de los propios sentimientos y emociones que requieren ciertas tareas (y en cierto modo, todas). Lo ilustra con el ejemplo de las azafatas, para las cuales la sonrisa es una auténtica herramienta de trabajo.

En este contexto cobra relieve la práctica del coaching (entrenamiento, adiestramiento), frecuente en tanto en el mundo deportivo como en el empresarial. En efecto, en la medida en que el trabajo de calidad integra habilidades emocionales, el coaching se revela una herramienta imprescindible para adquirirlas y compartirlas.

3) MORALES

Por último la autora señala los cuidados morales, que son los concernientes a la educación y la disciplina, el sentido del deber y la responsabilidad, los valores que deben custodiarse y enseñarse: abnegación, sacrificio, fidelidad, etc.

Es muy acertado señalar esta dimensión del cuidado, pero la descripción de su contenido nos parece errónea. En este punto la autora —según creemos— cede acríticamente al relativismo moral y cultural, típico de la dogmática de género. Lo explicaré más despacio en el apartado 5, en que doy mi opinión sobre el artículo.

Estos tres aspectos del care son la clave de la domesticación del trabajo, pues permiten, en el plano teórico, ampliar su definición y sus límites, y en el práctico, enriquecer su contenido y humanizar su ejercicio. Y además, por supuesto, conducen a un reconocimiento más justo y realista de la labor de la mujer y de su papel en la sociedad.

V. Mi opinión sobre el artículo

Como he dicho, me parece un trabajo de calidad y muy esclarecedor, al menos para los no especialistas en sociología como yo.

Saca a la luz la riqueza profesional latente en el trabajo doméstico, y denuncia su olvido por culpa de un concepto de trabajo, estrecho y machista, nacido de la modernidad ilustrada. El hogar aparece así como faro iluminador todas las profesiones y fuente de buenas prácticas profesionales.

Otro acierto consiste en subrayar el carácter cambiante y flexible de los límites entre lo privado y lo público. En la actualidad, en efecto, dichas fronteras «se transforman, son permeables, son borrosas» (p. 55). Lo cual juega a favor de un despliegue más amplio y visible del talento femenino, que conviene fomentar, precisamente, mediante la domesticación del trabajo.

Esta observación, por otro lado, pone en evidencia a quienes insisten, obsesivamente, en perpetuar la dicotomía privado/público como presupuesto inamovible de la convivencia cívica y la democracia (pienso por ejemplo en el profesor Peces Barba).

Además de falta de realismo, esta postura implica una clara aceptación el sesgo sexista inherente a tal dicotomía.

El punto menos acertado del trabajo, a mi juicio, es el apartado sobre los cuidados morales (pp. 26-27). En él se concibe la moral como «aquellas construcciones que definen lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno y lo que es malo, lo que se considera valioso, correcto, apropiado para una convivencia justa» (p.27). Las normas y valores serían, pues, meras construcciones sociales y por tanto «los cuidados parecen demandar para su estudio una suerte de etnografía moral, que permita estudiar los contenidos y expresiones morales en relación a la acción» (ibídem). ¿Realmente es esto “la moral”? ¿Puede fundarse sobre ello un verdadero cuidado de la persona?

Pues una moral relativista —concebida como mera construcción, sin referencia objetiva— no sólo carece de interés para a la sociología, sino que acaba engullida por ella: lo moral viene a identificarse con lo sociológico. Es lástima que, después de ponderar con tanto acierto las emociones en cuanto iluminadoras de las relaciones sociales, ahora se pierda de vista su conexión con una ética abierta a la verdad del hombre. De este modo las emociones se quedan en simples estados subjetivos, no intencionales, carentes de sentido humano, incapaces de apuntar a las personas y sus relaciones. Así concebidas difícilmente pueden integrarse en los cuidados, más bien son para ellos un elemento perturbador.

Por otro lado, si los cuidados están en función de la etnografía moral, como dice la autora, acabaríamos admitiendo comportamientos objetivamente aberrantes, por más que estén moralmente —etnográficamente— consolidados, como la mutilación genital femenina, el matrimonio forzoso o los castigos físicos a la esposa.

Cuando no existe naturaleza humana sino naturalización (p. 28), sólo queda como punto de referencia firme para comprender quién es el hombre… el más inestable y voluble de todos: el hecho social. No es extraño, pues, que la autora considere el deber ser de los cuidados, su aspecto moral, como objeto escurridizo (p. 28).

Es cierto que la idea de naturaleza no puede concebirse sin alguna formulación cultural (palabras, conceptos, interpretaciones, teorías, convenciones), sin embargo no por eso debemos aceptar que la naturaleza misma sea una construcción, mera invención arbitraria, como pretende la dogmática de género.

PPR

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