lunes, 30 de mayo de 2011

G. LIPOVETSKY, La posmujer en el hogar

Gilles Lipovetsky, “La posmujer en el hogar” en La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino, Anagrama, Barcelona 1999, pp. 186-238


El libro lo componen cuatro ensayos. En esta reseña me referiré al tercero de ellos: La posmujer en el hogar, pp. 186-238

En él se realiza un análisis histórico, minucioso y documentado, del trabajo del hogar desde la Edad Media
a nuestros días. El estudio se centra en el papel de la mujer, pero también en la implicación de los varones y la valoración de la sociedad sobre él.

Al parecer, hasta el siglo XVIII el trabajo del hogar era poco apreciado por sí mismo en Occidente, incluso por parte de las mujeres. Es a partir del siglo XVIII, y sobre todo durante el XIX cuando se forja la idea de “ama de casa” que conocemos actualmente, primeramente en los ambientes burgueses, y más tarde se extiende a toda la sociedad. Se exaltan y magnifican sus cualidades, se perfilan sus funciones como peculiares de la mujer y diferentes de las del varón, y se pondera su sentido del sacrificio y su dedicación a la vida, la educación y a la felicidad de la familia. Se habla incluso de ángel del hogar y sacerdotisa o vestal del templo doméstico. Esta retórica se mantiene hasta los años 50, a pesar de las revoluciones sociales y los movimientos feministas anteriores a esa fecha. En la década de los 50, este ideal de ama de casa adopta en Estados Unidos un tono más moderno y menos “sacrificial” y místico, pues se asocia a los ideales democráticos y los avances técnicos en el terreno doméstico: los electrodomésticos, las conservas, los nuevos utensilios de limpieza, etc, tal como reflejan las imágenes publicitarias de la época.

Este es el estado de cosas con que se enfrenta Betty Friedan en su libro La mística de la feminidad, en 1963. A partir de entonces comienza una ataque sistemático al trabajo del hogar, presentándolo como instrumento de dominación del patriarcado, obstáculo para la igualdad, estructura opresiva, empobrecimiento cultural, etc. (Aunque Betty Friedan, propiamente, no refiere estas descalificaciones al trabajo del hogar en sí, sino al falso mito creado en torno a él; serán sus seguidoras las que ataquen en directo el trabajo del hogar).
A pesar de ello, según el autor, la mujer actual no ha disminuido su aprecio por el hogar y su preferencia por estas tareas, aún a costa de grandes sacrificios, como lo demuestran las estadísticas. Lo cual indicaría que la mujer de hoy ha conseguido hacer compatible los ideales modernos de igualdad e independencia respecto del varón, con la opción por la familia y las tareas domésticas. Esta sería, según el autor, una de las características de la “tercera mujer”.

Algunas objeciones críticas

a) En el estudio se emplean los conceptos de trabajo profesional o profesión como contrapuestos a tareas domésticas o trabajo del hogar, dando por sentado que esta actividad no tiene nada de profesional. Con ello el autor ignora una gran corriente de opinión, surgida precisamente en la Segunda Ola
feminista, que reivindica estas categorías para el trabajo del hogar. Olvidando su dimensión profesional, en efecto, el trabajo del hogar se vuelve invisible e incomprensible en el ámbito social, con el consiguiente agravio machista para las mujeres. La postura del autor proviene de confundir “lo social” con “lo público”, tan frecuente hoy día. Partiendo de tal identificación, definir profesión como una actividad con relevancia pública, conllevaría negar este estatus al trabajo doméstico. En cambio si se admite que “ámbito privado” y “actividad social” no son incompatibles, el trabajo doméstico destaca como profesión de primera categoría, porque está realizado por y para la familia, sociedad originaria, y constitutivo y constituyente esencial de toda sociedad humana (Alvira).
b) Aunque el autor sólo pretende un análisis descriptivo, a veces parece olvidarse del concepto de persona —palabra que apenas emplea—, atribuyendo las conductas sociales exclusivamente a las influencias del ambiente y a los estereotipos creados por la sociedad, y nunca a exigencias morales que nacen de la conciencia.

c) También por ignorar a la persona, no se acaba de dar una explicación convincente a por qué la mujer, incluso asumiendo los ideales feministas y democráticos, persiste en dedicarse a las tareas de la casa. ¿No será porque hay algo en su persona femenina que así lo reclama?

PPR

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